Cuando mi alma fue por sitios oscuros,
cuando todo el cielo mío caía,
lo ordinario me era furia sombría,
y era presa mi razón de conjuros;
tú llegaste, Dios, quitándome duros
eslabones de dolor y agonía,
liberaste tremendo a esta alma mía
y me hiciste ir allende mis muros.
Era cuerpo atado a hosca tristeza
y me tomaste con delicadeza;
como ampara al cordero el buen pastor.
Hoy alabo, buen Señor, tu grandeza,
pregonando la innegable certeza:
infinita es tu gracia Salvador.
J. A. Reyes
martes, 27 de octubre de 2009
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