miércoles, 4 de noviembre de 2009

La visita de los Magos, Mateo 2:1-2


Mateo continúa con el propósito principal de su libro, convencer al pueblo judío, de que Jesús es el Mesías prometido y en el capítulo 2 narra la historia de unos magos. 2:1-12

1Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, 2diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle. 3Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. 4Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. 5Ellos le dijeron: en Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta:6Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel. 7Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella; 8y enviándolos a Belén, dijo: Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore. 9Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño. 10Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. 11Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra.
12Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.

¿Quiénes eran estos magos? tenemos que distinguir el termino correcto con que Mateo habla de estos magos, ya que si bien es cierto que frecuentemente se designa en la RV magos a quienes practican el ocultismo. Sin embargo, no se usa en forma técnica y consecuente, sino como traducción de diferentes palabras hebreas; por ejemplo, el vocablo traducido por mago en Gn. 41 también aparece en Ex. 7.11, 22; 8.7, 19 y 9.11, pero aquí se traduce por «sabios» o «hechiceros».
Originalmente los magos eran una tribu de Media que ejercía en la religión persa la función sacerdotal. Puesto que estos sacerdotes se interesaban en la astronomía y la astrología, los griegos llamaban magos o sabios a los filósofos, sacerdotes y astrólogos,
Podemos notar que en tiempos de Daniel, el nombre de mago se aplicaba a una tribu sacerdotal o bien a un grupo de sabios de los que Daniel llegó a ser jefe (Dn 4.9). Aunque tenemos que diferenciar que la habilidad de Daniel procedía de Dios, aunque los paganos le consideraban como mago.
La Biblia prohíbe toda práctica de Magia (Ex 22.18; Lv. 19.26, 31; 20.6, 27). Mateo al usar la palabra mago se refiere a los que tienen sabiduría especial, Los magos de Mateo 2 debieron ser naturales de algún país como Persia, Arabia o Babilonia donde habían vivido judíos desde hacía muchos siglos (cf. 2 R 17.6), y donde se conocería la profecía de la «estrella de Jacob» (Nm 24.17 Lo veré, mas no ahora; Lo miraré, mas no de cerca; Saldrá ESTRELLA de Jacob, Y se levantará cetro de Israel, Y herirá las sienes de Moab, Y destruirá a todos los hijos de Set.), que formaba parte de la esperanza mesiánica, ¿Por qué decimos esto? Porque en el versículo 2 ellos llegan preguntando: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el Oriente.
¿Cuántos eran? ¿Cómo se llamaban? ¿Cómo eran? ¿Cómo se transportaban?, según la tradición pagana (No cristiana), dice que eran 3, que se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar, los tres con diferente tipo de piel y vestimenta, que se transportaban uno en caballo, otro en camello y otro en elefante, pero bíblicamente ninguna de estas cuatro cosas son reales, Dios en su palabra nos dice que eran unos sin decir cuantos, que venían de oriente y hasta ahí. Ni aún la historia lo corrobora, pero lo que si nos dice la historia en cuanto a este precioso acontecimiento del nacimiento de Cristo es lo siguiente:
En aquellos días de la antigüedad, todo el mundo creía en la astrología. Creían que se podía predecir el futuro por las estrellas, y creían que el destino de una persona quedaba decidido por las estrellas bajo las que nacía. No es difícil de comprender cómo surgió esa creencia. Las estrellas siguen cursos invariables; representan el orden del universo. Y entonces, si repentinamente aparecía alguna estrella brillante, si el orden invariable de los cielos se quebrantaba por algún fenómeno especial, parecía como si Dios estuviera interviniendo en Su propio orden, y anunciando algo muy especial.
No sabemos cuál fue la brillante estrella que vieron aquellos antiguos Magos. Se han hecho muchas sugerencias. Hacia el año 11 a.C., el cometa Halley estuvo visible cruzando brillantemente los cielos. Hacia el año 7 a.C. hubo una brillante conjunción de Saturno y Júpiter. En los años 5 a 2 a.C. hubo un fenómeno astronómico inusual. En esos años, el primer día del mes egipcio, Mesori, Sirio, la estrella perro, salió helicalmente, es decir, al amanecer, mostrando un brillo extraordinario. Ahora bien, el nombre Mesori quiere decir el nacimiento de un príncipe, y para aquellos antiguos astrólogos tal estrella querría decir indudablemente el nacimiento de algún gran rey. No podemos decir cual fue la estrella que vieron los Magos; pero su profesión consistía en observar los cielos, y algún brillo celestial les anunció la entrada de un gran Rey en el mundo.
Puede que nos parezca extraordinario el que aquellos hombres iniciaran un viaje desde Oriente para encontrar a un rey; pero lo extraño es que, precisamente en el tiempo en que nació Jesús, hubo en el mundo un sentimiento extraño de expectación de la venida de un rey. Hasta los historiadores romanos lo sabían. No mucho tiempo después, Suetonio podía escribir: «se había extendido por todo el Oriente una vieja creencia establecida de que estaba programado para aquel tiempo que vinieran hombres de Judea a regir el mundo» (Suetonio: Vida de Vespasiano 4: 5). Tácito nos habla de la misma creencia de que «había una firme convicción... de que por este mismo tiempo el Oriente habría de tener mucho poder, y gobernantes que vinieran de Judea adquirirían un imperio universal» (Tácito: Historias, 5: 13). Los judíos tenían la creencia de que «hacia ese tiempo uno de su país se convertiría en el gobernador de todo el mundo habitado» (Josefo Guerras de los judíos, 6: 5, 4). En un tiempo ligeramente posterior encontramos a Tirídates, rey de Armenia, visitando a Nerón en Roma acompañado con sus Magui (Suetonio: Vida de Nerón 13: 1). Encontramos a los Magui en Atenas sacrificando en memoria de Platón (Séneca: Epístolas, 58: 31). Casi por el mismo tiempo en que nació Jesús encontramos al emperador Augusto aclamado como el Salvador del Mundo; y Virgilio, el poeta latino, escribe en su Cuarta égloga, que se conoce como la Égloga Mesiánica, acerca de los dorados días por venir.
No tenemos ni la más mínima necesidad de pensar que la historia de la llegada de los Magos a la cuna de Cristo sea simplemente una preciosa leyenda. Es exactamente la clase de cosa que podía suceder fácilmente en aquel mundo antiguo. Cuando vino Jesucristo, el mundo estaba en una ansiedad de expectación. La humanidad estaba esperando a Dios, y el deseo de Dios estaba en sus corazones. Habían descubierto que no podían construir la edad de oro sin Dios. Fue a un mundo en expectativa al que vino Jesús; y, cuando vino, los fines de la Tierra se reunieron a Su cuna. Fue la primera señal y símbolo de la conquista universal de Cristo.

Dios les Bendiga.


Hermano Artemio A. González T.

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